La imagen del científico encerrado en su laboratorio haciéndose preguntas y tratando de responderlas para el bien de sus semejantes, utilizando recursos provenientes de fondos públicos, no se corresponde exactamente con lo que ocurre en la actualidad.
La ciencia estuvo siempre ligada a intereses militares y económicos de las naciones. Sin embargo, el ingreso masivo de fondos privados a la investigación que se desarrolla en institutos y universidades, junto con el ingreso de la ciencia a la Bolsa, han cambiado diametralmente el escenario en el que se realiza la investigación en los países más desarrollados. Esto se debe a acciones del gobierno de los Estados Unidos como consecuencia de la falta de transferencia de innovaciones académicas desde las universidades hacia la industria, que produjo una caída de la productividad y la competitividad de sus productos en el mercado global a mediados de los años setenta. Por ello, se aprobaron leyes que permitían a los científicos patentar trabajos y celebrar acuerdos corporativos con empresas para comercializar descubrimientos realizados con fondos públicos.
Esto transformó a las empresas en verdaderas potencias en investigación y desarrollo. Además, provoca que la dinámica científica y tecnológica que promueven sea mucho más que hegemónica. Para fijar ideas al respecto, es interesante ejemplificar con algunas situaciones que permiten apreciar el impulso adquirido por esta dinámica.
A comienzos de la década del noventa, las veinte empresas más activas en investigación y desarrollo gastaban en estos rubros más que dos de los países líderes en muchos campos científicos y tecnológicos: Francia e Inglaterra juntos, dos países que están entre los siete que gastan en conjunto casi el noventa por ciento de lo que se invierte en investigación en el planeta.
La empresa norteamericana Bell ya tuvo en sus laboratorios once premios Nobel. Japón, en comparación, tuvo también once: seis premios entre Literatura y Paz, y cinco en las denominadas ciencias duras, aunque tres de estos últimos obtenidos por investigadores que vivían en los Estados Unidos.
Esas dos situaciones son suficientes para mostrar el carácter pragmático y guiado por objetivos económicos que crecientemente asume la dinámica convencional de explotación de la frontera científica y tecnológica. También resaltan la precariedad de la distinción que aún se utiliza entre investigación básica y aplicada, cuestionando claramente la afirmación de los investigadores que, inmersos en esa dinámica convencional, dicen que realizan investigaciones “básicas o puras” y que la ciencia es “universal y neutra”.
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